- ¡Buenas tardes!- saluda gentil, con una
ligera sonrisa, con movimientos sobrios. El entorno es impecable, él también.
Me llama mucho la atención su nariz de boxeador, es como si desentonara con el
contexto. Lo estudio unos instantes y me propongo ahuyentar los devaneos
fatalistas que me provoca. - Nadie elige la cara, esa te la ponen de fábrica y
a aguantarse.- pienso para tranquilizarme, para conjurar el miedo que se está
apoderando de mí.
Le
expongo lo que me condujo hasta él.
- Ponete cómoda.-
indica amistosamente.
- Gracias.- contesto
bastante crispada.
Podría
no estar allí, ni haberlo pensado, o sólo haber llegado hasta la puerta y
volverme… aún más, podría haber hasta saludado, dar la media vuelta y huir.
Pero no, temblando y sumisa, estoy adentro.
- Es
fundamental que te mantengás tranquila. Si colaborás va ha ser más sencillo…-
oigo las palabras correctas que sin embargo, hieren como estiletes.
Y
bueno… la suerte está echada.
Él se
acerca confiado, aislado en látex. Mis ojos, de manera involuntaria, vuelven a
centrarse en su perfil. Ciertamente me intimida.
De
repente una luz asalta todo el recinto… ¿Será necesaria tanta potencia? ¿O tal
vez sea una estrategia para disminuir las posibles resistencias, lógicas,
imprescindibles? Aunque conozco algo del procedimiento, de las conveniencias y
los riesgos, me jode la claridad artificial en la que me siento atrapada…
Cierro
los ojos… ¡Hay que tener un resto de sadismo para ocuparse de estos
menesteres…! ¿Podría estar en su lugar?
¡De ningún modo…! Pero lo busqué, fui yo la que llamé por teléfono y
concerté la cita; es más le pedí la más cercana. -Era ineludible- pienso,
tratando de convencerme.
Abro
los ojos y lo veo acercarse, un bulto desdibujado, deslizándose lentamente
hacia mí. Yo, inmovilizada en mi excesiva tensión; él, tarareando alguna
melodía confusa… Parece tranquilo, yo tirito.
Vuelvo
a cerrar los ojos, o los abro… ¿Qué es lo peor para ver? ¿La luz amedrentadora
de afuera… o el desfile de fantasmas espeluznantes que se deslizan por los
laberintos de mi imaginación? Trato de exigirme otros pensamientos.
- Más, por favor,
necesito más cooperación…
Me
esmero en hacerlo bien, siempre tan dúctil. Debo demostrar que soy…
- Dale un poco más,
no aflojés, dale más…
¿Demostrar
qué?… ¿a quién? ¿a este tipo, que ni siquiera conozco? ¿Para qué? Además no
creo que le interese evaluar precisamente mis virtudes.
- ¡Te
dije que más!- por primera vez su voz se endurece.
-¿Qué
se cree?- mascullo, sin decir nada. Tampoco podría. Pienso en que es una de las
pocas ocasiones en que me dejan sin palabras. En realidad, sería más pertinente
decir, en que me trago las palabras.
Las
palabras que engullo y las imágenes que no entran a través de la vista,
provocan hipersensibilidad de otros sentidos. El oído, por ejemplo, está atento
al ruido circundante y a la melodía vaga que tararea… ¿Qué canta? Trato de
adivinar… - ¿Qué mierda canta? - Me gustaría gritarle, pero no puedo… No
correspondería y NO PUEDO… ¿Y el olfato? Me trastorna ese tufo indescriptible…
Aprieto
los ojos e intento pensar en algo diferente… Escapar con algún delirio, como
cuando era una niñita y me acechaban los monstruos en la oscuridad de la
habitación que compartía con mi hermana. En esas circunstancias de espanto me
nació la necesidad de las historias… Las historias que le exigía a mi
imaginación para conjurar los engendros que ella quería imponerme… ¿Y ahora?
Tantos y tantos fantasmas correteándonos por la vida. Tanta urgencia por
desvanecerlos, perderlos en algún abrazo, sentirse libre de ellos, de sus
estelas y sus presiones…
- Un poco más… - Su
voz áspera me saca de las divagaciones. Ansío volver a pensar en tormentos
foráneos, pero no consigo enlazar el hilo que me hizo perder con su orden
inflexible.
¡Ya no
puedo más! ¿Cuánto habrá pasado? Compruebo con mi padecimiento la plasticidad
del tiempo, su falta de coherencia y de caridad… Un minuto, una hora, pueden
durar un instante o un siglo… ¿Cuántos siglos habrán transcurrido desde que
dije buenas tardes y percibí con irremediable certeza que no tenía
escapatoria?… Me gustaría salir corriendo, no quiero pensar en nada más, quiero
irme… y este tipo sigue hurgándome, vulnerándome en el espacio indefinido de
tiempo transcurrido desde el maldito instante en el que se abrió la puerta y
constaté que había llegado mi hora… ¡BAAAASTA!, pienso y callo… Entonces
escucho algo que podría ser peor.
- No sé si pueda
terminar…
El
tipo se detiene y supongo que me mira con cierto dejo de piedad. Sólo lo
supongo, yo no lo veo, por el contrario aprieto con más fuerza los ojos y trato
de escabullirme por cualquier atajo que me sugiera el cerebro… pero vuelvo
aturdida a caer en la situación en la que estoy. Trato de envolverme en un halo
de colores que va subiendo desde los pies, anillos que recubren los tobillos,
las piernas, la pelvis… Me tengo que concentrar en ese ejercicio, debo
encontrar una forma para relajarme. ¿Dónde lo aprendí? En algún taller, tal vez
de yoga, o de teatro, que sé yo… qué importa, tampoco me sirve en este trance.
No puedo, no consigo escaparme de la idea de mi cuerpo, allí, lacerado y del
sabor amargo en mi boca…
Entreabro
apenas los ojos y de nuevo me centro en su nariz… Vuelve a hablarme. Por ningún
artificio consigo encontrar en su voz la cordialidad del principio.
- La
muela está muy incrustada en el hueso por lo que puedo llegar a quebrarte la
mandíbula si sigo haciendo fuerza…
Mariela Zobin
Mariela Zobin
estoy muy de acuerdo contigo...
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